La experiencia teologal indígena, Aporte a las Iglesias
La irrupción actual de la espiritualidad indígena y de las teologías indias es un llamado de vida para todos pero especialmente para las iglesias, que encontrarán, en la búsqueda indígena de Dios, razones para rejuvenecerse y para seguir luchando por el Reino de Dios, que también nuestros pueblos anhelan profundamente a través de sus mitos y utopías. Iglesias y pueblos indígenas podemos unir esfuerzos y energías espirituales, que vienen de muy antiguo, para volver a dinamizar la vida y encontrar salidas humanas y cristianas a las crisis que se abaten sobre el mundo.
Actualmente la población indígena de las Américas se ha puesto de píe para reclamar derechos que, por siglos, la sociedad envolvente nos ha negado. La autonomía, en cuanto derecho a ser reconocidos libres y adultos en todos los niveles de la vida, es la exigencia fundamental de la lucha indígena de América latina que interpela por igual a las iglesias y a los gobiernos.
En este nuevo contexto hay quienes piensan que las iglesias no tienen nada que hacer o que el mejor servicio que podrían prestar en adelante sería renunciar a su tarea evangelizadora y dejar en paz a las comunidades indígenas para que ellas vivan libremente sus opciones religiosas. Y la razón es porque en el pasado las iglesias unieron la misión de anunciar el Evangelio con la tarea mundana de implantar la cristiandad europea como una determinada estructura económica, política y cultural, los misioneros a menudo confundieron la cruz con la espada, la evangelización con la conquista, a Dios con el oro de las indias. De ahí vinieron los atropellos a la dignidad humana, por los que ahora la Iglesia se lamenta y pide perdón por los daños causados a los pueblos que fueron víctimas de tales atropellos.
Sin embargo, no por esos errores del pasado, la Iglesia debe renunciar a su misión y a su auténtica tarea evangelizadora. Ella existe para la misión y para el reino de Dios. Los pueblos indígenas saben discernir, respecto a ella, lo que ha sido trigo de lo que ha sido cizaña. Por eso seguimos esperando de ella la palabra que anuncie con autoridad el reino de Dios, la acción que instaure ese reino en medio de nosotros, y los milagros y señales que muestren que ella es germen y sacramento del reino.
Como lo entendieron los misioneros santos y profetas de la primera evangelización, la Iglesia de hoy puede encontrar en los indígenas la oportunidad de una evangelización en serio para el conjunto de la sociedad. Los indígenas, por nuestra riqueza humana y espiritual, lo ha dicho el Papa en Yucatán, México, en 1993, seguimos siendo la “luz del mundo”, la “sal de la tierra”; y por eso podemos ser los nuevos evangelizadores del mundo. Con los pueblos indígenas de América y del mundo la Iglesia puede establecer una alianza estratégica para la evangelización del mundo.
Este el verdadero cambio histórico que se avecina en la misionología cristiana: dejar que el Evangelio de Jesús vuelva a Nazarét, a Galilea, a la periferia del mundo y desde ahí regrese cargado con los dones y la energía espiritual de los pobres para ser fuerza renovadora del mundo y de la humanidad. La misionología desde los centros de poder ha llegado a su fin; es la hora de los pequeños, de quienes no tienen ni oro ni plata, pero poseen el mayor poder que viene del Espíritu y de la fe en la resurrección del Hijo del hombre.
Movidos por este optimismo, los miembros no indígenas de la Iglesia de hoy están en condiciones de entender que, en las cosas de Dios, los indígenas no somos un problema, sino solución a los problemas. La experiencia de Dios que tenemos los indígenas puede ser acicate y ejemplo a seguir para los demás miembros de la Iglesia. Ese es el sentido de la reciente canonización del indio San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. También los indígenas podemos enseñar a los demás el camino hacia Dios.
En adelante la Iglesia no puede ir al mundo indígena sólo para evangelizarlo sino también para ser evangelizada por él; no va sólo para aportar a los indígenas las riquezas espirituales de las que ella se siente depositaria; va también para recibir de ellos la riqueza de dones que Dios les ha prodigado. La misión entonces se hace intercambio de dones para enriquecimiento mutuo. La Iglesia es depositaria de una Palabra revelada; pero sabe también que Dios se ha adelantado a la acción evangelizadora de la Iglesia, sembrando su presencia en todas las culturas del mundo. En consecuencia, la Iglesia, cuando evangeliza, no niega ni destruye, sino que reconoce, acoge y sirve a esta acción antecedente del Espíritu. Es lo que se ha denominado “misión-inculturación”, es decir, acción de plantar el evangelio en el corazón de las culturas, al mismo tiempo que meter en la Iglesia a los pueblos con sus culturas.
La conversión que resulta de la evangelización inculturada no significa ruptura con el pasado y con la cultura propia, sino plenificación en Cristo. Fruto de la evangelización es que los pueblos se vean liberados del pecado y que sus proyectos de vida sean realizados. Con la evangelización Dios consolida la identidad más profunda de los pueblos, coronando la obra en ellos comenzada por el Espíritu.
Por eso en actitud y en diálogo respetuoso y fraterno los misioneros de hoy nos hemos de acercar a los pueblos indígenas del mundo para testimoniar con la vida el Evangelio en que creemos, para acoger y servir con nuestros dones la pluriforme presencia de Dios en toda realidad humana, a fin de que todos los pueblos lleguemos a la plenitud humana y divina en Cristo.
Pbro. Eleazar López Hernández
- Centro nacional de ayuda a misiones indígenas, México 2004 -